Empezar en esto puede que no sea fácil. Depende mucho de los hábitos que hayamos tenido en casa desde pequeños. Si partimos de que en ella se ha comido sano no costará tanto. Si encima de comer sano se respiraba un ambiente deportivo, mejor aún. Si, por el contrario, nos hemos criado comiendo mal, viendo como el resto de los familiares tienen una vida sedentaria y sin expectativas de mejora habremos mamado ese ambiente y la cosa se volverá más difícil. Es más, puede que hayamos estado acostumbrados en casa a que alguien con sobrepeso está «hermoso», y a que si vemos a alguien con abdomen marcado pensemos que está enfermo, porque está muy flaco. Viene a ser un poco como «Ay probrecita mi niña, que tiene 30 años y está solterona todavía…» Eran otros tiempos… Otra forma de pensar en este sentido.
Aunque «lo mamado» importa muchísimo se puede controlar, pero vamos a tener que trabajar mucho con eso si ese hábito llevamos haciéndolo años, años, años…
¿Por qué no nos vamos un día de acampada sin avisar en el trabajo? ¿Por qué no nos quedamos en casa jugando al PES cuando hemos quedado con un amigo? ¿Por qué no escuchamos reggetton? ¿Por qué no fundimos la tarjeta de crédito al completo para que no nos llegue un cargo enorme al mes siguiente en la cuenta corriente? Pues porque, se supone, tenemos un control racional sobre las mejores decisiones que marcarán el futuro: hacemos uso de la parte del córtex (neocorteza). Son hábitos adquiridos que nos ayudan a: que no nos despidan del trabajo, que no se enfade nuestro amigo, que escuchemos temas de más calidad o que no tengamos una deuda con el banco.
Según Paul MacLean (médico y neurocientífico) tenemos esta parte racional (organización, etc…), la parte emocional (sístema límbico: placer por COMER, motivación, etc…) y la parte reptiliana o complejo-R (dominación, agresividad… Para conservar la especie). Aunque esta división está siendo muy discutida, sirva para la idea que quiero transmitir con que, a veces, actuamos como verdaderos Australopithecus…
La «mentalidad obesa» nos la curramos en la parte de las emociones, por placer. Si usamos «la cabeza» siendo cuidadosos con nuestro trabajo, con nuestros amigos, con nuestra elección musical y con nuestra tarjeta de crédito, ¿por qué no somos capaces de cuidar nuestra alimentación? Posiblemente porque tenemos unas «emociones con sobrepeso», o unas emociones que como no las controlemos nos llevarán a él.
Cuando estamos estables emocionalmente nos es mucho más fácil llevar un control en todo. En las tareas en casa, tiempo para llegar a algún sitio, comidas organizadas… Y cuando estamos más inestables… pues tenemos momentos de… «me enfado, no respiro y mando todo al carajo… Y me como un paquete de Oreo… La comida, el gusto, ese paladar nos eleva los niveles de dopamina. Inconscientemente estamos compensando la que no creamos por tener la sensación de que todo esté ok.
Por eso cuando hemos estado muy nerviosos por presentar un proyecto, cuando hemos dormido mal o cuando hemos tenido un problema en el trabajo ha sido más fácil tener una discusión tonta con alguien y ha sido más fácil, también, que hayamos acabado con la tarrina de helado viendo la tele, aunque pensando en otra cosa. Vaya con la amígdala, que no se está quieta…
Por mi trabajo me encuentro muchos casos de personas que no fallan al entreno, siendo muy disciplinados en el mismo. Pero a la hora de llevar una buena alimentación no son capaces de controlarlo. Y puede que haya alguna falta de estabilidad en su vida (como todos hemos tenido en momentos puntuales) que acaba activando demasiado la parte de las emociones, y de ahí que tengamos una mentalidad obesa. Comer, comer, comer (placer, placer, placer). Si llegamos a este punto habremos convertido la comida en una droga.
Dejemos de tener una mentalidad obesa de picos. Seamos más fuertes que los hábitos adquiridos. Cambiemos el «chip». Vayamos poco a poco, cada vez mejorando y sin tampoco yéndonos al otro extremo, vaya. Mejorando los hábitos nos encontraremos más estables (y aquí entra tb en juego la glucosa, ya no hablamos de neurotransmisores), más confiados, más fuertes, menos irritables, con una energía sostenida… En el momento en el que nos econtramos así ya no volvemos a atrás y si lo hacemos es por un caso puntual y durante muy breve periodo de tiempo. Con este estilo de vida se puede cambiar la mentalidad obesa.
«Todo está en la mente», como bien dice siempre mi amigo Miguel (mega-atleta).
Hay una frase célebre que dice: «Somos lo que comemos», y qué cierto es.